Es otra tarde junto al radiador, la lluvia choca contra los cristales y salpica al estrellarse contra el suelo, golpean gota tras gota atraídas por la gravedad caen y vuelven a la tierra.
Oigo gritos de niños que corren bajo la tormenta el agua les cala hasta enfriar sus delicados huesos, mientras, el sol se ha perdido entre la densa tormenta que ha cubierto el paisaje dejando un rastro de oscuridad y barro. No sabría continuar este texto sin la ayuda de un sentimiento como es el de sentir la lluvia como lo inunda todo dejando así, la firma de la naturaleza.
Ese olor a tierra ese aire limpio y fresco después de una larga tormenta, parece que ha conseguido callar a las masas y ha limpiado las fabricas de una sola vez, pero solo es una pausa.
De pronto vuelven a volar los pájaros, los niños salen de nuevo a jugar entre los charcos todo el mundo apaga la televisión y da un paseo entre los reflejos de las luces sobre el agua en el suelo.
Ha sido un llanto de alivio para la madre tierra, que solo ha servido para dar un respiro de tranquilidad con su indomable naturaleza.
Tengo pánico de que haya humano que pueda hacer frente a la fuerza de la naturaleza y acabar con todo signo de vida vegetal, animal y terrestre. Por el momento, solo los humanos han conseguido enfurecerla por jugar demasiado con ella y por supuesto, aprovecharse de ella.
Vuelve a brillar el sol, es una luz magnifica, su calor nos arropa, nos sentimos libres bajo el descanso que nos ha brindado este planeta. De todas maneras es siempre lo mismo.
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